miércoles, 30 de enero de 2008

Música Católica: ¿Libre o con Derechos?

Desde hace un tiempo se viene una batalla moral entre los músicos católicos: ¿se deben registrar sus obras? ¿Hay que protegerlas para no ser víctimas de piratería? ¿Es ilegal copiarle a otro un disco de un artista X para "evangelizar"?

Estas y otras preguntas surgen a medida uno se va involucrando en el mundo de la música. En el ambiente popular no suele haber discusión, pero en el ambiente religioso hay posiciones encontradas. Si se usa "sin fines de lucro" entoces debe ser gratis, dicen algunos, puesto que la Palabra dice "Dad gratis lo que gratis recibisteis" (Mt 10,8.) La otra posición es que "El obrero merece su salario"(Lc. 10,7.) Entonces, ¿qué hacer?

La Hermana Glenda hacía, hace un par de años más o menos, una reflexión sobre el Futuro de la Música Católica, en donde dejaba en claro la tendencia actual de rating y altas ventas hacia la que se dirige nuestra música. (artículo disponible acá) Luego, Daniel Pajuelo Vásquez amplía su punto tocando los Derechos de Autor (disponible acá), y poniendo a la disposición un interesante artículo de Enrique Vargas y Luz Stella Pinzón, llamado "Los derechos de autor y los Músicos Católicos" (descarga aquí). Todo en conjunto me lleva a lanzar mis propias conclusiones:

1. El Espíritu Santo es quien inspira. ¿De dónde saca el material? Pues de lo que tenemos en nuestra mente y corazón. En fe sabemos que nada es imposible para Él, pero también debemos considerar que prepara a los escogidos, no escoge siempre a los preparados. Mi mayor ejemplo de ello es Saulo, convertido luego en San Pablo. ¿Por qué Jesús escogió a un asesino? Porque, entre otras cosas, era un hombre conocedor de la Ley, con mucho celo de Dios. Era muy, muy preparado, y sin embargo no estaba bien encaminado. Le preparó el corazón para volverse a los gentiles. Volviendo al punto, si es el Espíritu quien inspira, ¿quién soy yo para adueñarme de la música y letra? La misma Palabra me da la respuesta en la Parábola de los Talentos. Se me da uno, cinco o diez talentos, pero debo ponerlos a producir. Esto sólo es posible si yo así lo decido.

2. Es decisión de cada uno. En el artículo arriba mencionado queda claro que la decisión de hacer valer los derechos sobre las obras es propia de cada autor. Si un autor quiere que sean de Dominio Público, pues adelante. Pero si otro autor quiere que a lo menos se respete quién lo hace, pues está en su derecho. ¿Voy a cobrarle a un grupo de jóvenes que quieren tocar una canción mía en una misa? ¿Voy a cobrarle a un artista famoso porque grabó una canción mía en un disco suyo sin consultarme? En cada situación, será mi decisión, porque tengo ese derecho. Y ese derecho lo respeta la misma Iglesia Católica. No soy necesariamente una peor persona por el hecho de pedir alguna regalía cuando sea viable. Es decir, si se trata de recaudar fondos, cualquier actividad tiene un costo. Y al recuperar los costos es cuando uno ve lo que queda y puede donar. Si yo considero un costo la regalía, no está mal.

3. Piratería. La piratería se da cuando se violan los derechos estipulados. No es piratería si el autor de una obra la cataloga como Dominio Público. Tampoco lo es si el autor cede alguna licencia para el uso que sea. Las licencias son responsabilidad de cada autor. Una manera entonces de combatir la piratería es dar a conocer explícitamente la intención y licencias del autor.

Por estos rumbos va mi pensar. Les invito a que lean los comentarios arriba citados, que descarguen ese artículo y que expresen su opinión. Sobre todo, les invito a no juzgar a alguien si decide proteger su obra y a respetar la obra de otros cuando abiertamente dan a conocer su intención. No cantemos ni grabemos música de personas que no nos lo han permitido, por respeto. Y si nuestra intención es que todos toquen lo nuestro, hagamos pública nuestra licencia, para evitarles problemas legales a quienes quieren seguir nuestra voluntad.

El Derecho es nuestro, la decisión, por Gracia de Dios, es nuestra. Usémoslos como el Espíritu nos guíe...

Juan Carlos García Melgar